A mediados de Marzo de 2020, la crisis más inesperada que ha azotado nuestro país desde la Guerra Civil entre 1936 y 1939, hacía presencia de forma totalitaria, confinándonos a todos en nuestras viviendas y reduciendo al país a un reguero de hormigas exploradoras que nos abastecían y nos curaban en caso de enfermedad. El caos disparatado del día a día que muchas veces asola la sociedad desaparecía, y donde antes sonaban los claxons, ahora campaban algunos ciervos que se habían atrevido a abandonar sus hogares en la sierra para ver si el escenario de Soy Leyenda era real. En esos tres meses de recogimiento, muchos se dedicaron a vivir vacaciones inesperadas financiadas por la empresa, otros maldormían asolados por ERTEs, otros veían su agenda plagada de reuniones en Zoom, los padres se veían colapsados por una repentina labor docente, y entre todo ello, muchos nos preguntábamos si la crisis del COVID-19 llevaría al mundo a un lugar mejor. En mi caso, pude dedicar un tiempo inusitado a escribir un libro y a contactar con centenares de clientes simplemente interesándome por ellos, ya que todos los planes profesionales quedaron paralizados.
Tres meses después, se fueron paulatinamente levantando las prohibiciones, y me encontré con que había llegado el momento de vencer los miedos al virus y volver a realizar visitas profesionales. Las reglamentaciones emitidas por el Gobierno en forma de Real Decreto eran en muchos casos confusas y se sobreescribían unas a otras, pero el día anterior a esa primera visita post-COVID-19 (la recuerdo tanto como mi primera visita como arquitecto independiente), tenía claro que se tenían que dar algunos condicionantes indispensables para que una visita profesional a una vivienda pudiese llevarse a cabo:
– Que la vivienda estuviese vacía o, en su defecto, solamente ocupada por una persona, la que me enseñase el piso
– Que dicha persona no podía estar enferma por el COVID-19.
– Que dicha persona llevase mascarilla, como yo mismo.
– Que se trataría de medir absolutamente todo con láser para tocar lo mínimo posible, y que mis manos estarían aplicadas con gel desinfectante o guantes.
– Que la visita tenía que ser resolutiva y rápida
Esto en cuanto a certificados energéticos, cédulas de habitabilidad o levantamiento de planos. Con el paso de las semanas y de las Fases de desconfinamiento, permití que las viviendas estuviesen ocupadas por sus habitantes habituales, eso sí, todos con sus mascarillas. Puedo decir que prácticamente el 95% de los clientes e inquilinos han cumplido escrupulosamente con esas premisas, y el 5% que no lo han hecho así, han sido advertidos, con lo que rectificaban; o directamente evitaba cualquier contacto con ellos y, en caso necesario, gracias a mi pericia y experiencia, deducía algunas medidas indicando la contingencia en el documento
Sin embargo, llegó un día en el que recibí un encargo múltiple, es decir, el de revisar un edificio entero a la vez. Se trataba de un levantamiento de planos de 8 viviendas y 3 locales de un mismo edificio. En condiciones normales, habría situado una hoja de horarios en la escalera de vecinos para despachar todas las visitas el mismo día, pero pese a que atentaba contra la productividad, decidí apostar por segmentar las visitas en pro de mi seguridad. Es decir, colocaba dos o tres visitas diarias con todas las medidas de seguridad, y realizaba otras dos o tres dos días más tarde, para no acumular en un mismo día posibilidades de alguna contingencia inesperada: recuerda que el aseado típico después de cada visita no es posible si se realizan todas de golpe. Así que la preservación de mi salud era simplemente una cuestión de adquirir los mínimos boletos de lotería. Por supuesto, lo más seguro era realizar una visita diaria, pero esto sí que era insostenible económicamente. Por tanto, el COVID-19 ha modificado sustancialmente mis planes de optimización del tiempo y productividad y la ha bajado en algunos casos, pero ése es un mal menor y colateral que hay que aceptar.
En lo que se refiere a la actividad en sí y de su cuantía, los meses de junio y julio de 2020 han sido más productivos de lo que cabía esperar. La gente tenía ganas de retomar proyectos y de gestionar ventas y alquileres de los inmuebles, y eso se ha notado sobre todo en un curioso rush final a finales de Julio, cuando los rumores de un nuevo confinamiento por los rebrotes se hicieron cada vez más protagonistas. Es destacable que ese pico de trabajo normalmente aparece antes de la bajura de actividad en el mes vacacional por excelencia, Agosto. Sin embargo, al tratarse de un Agosto atípico durante el cual algunas ciudades están confinadas o con la amenaza de una reclusión inminente, muchas personas han cancelado sus viajes para evitarse inconvenientes y han apostado por veranear en casa. Con lo cual, Agosto está siendo de mayor actividad que de costumbre.
¿Qué depara el futuro respecto al COVID-19 y su influencia en nuestra profesión?
Yo intuyo que llegará un momento en el que se tendrán que reestructurar las necesidades de la visita presencial a lo esencial y se harán muchos más diagnósticos a distancia con métodos técnicos que ya existen en el mercado, pero que a día de hoy suponen un dispendio económico aún inasumible para la mayoría de empresarios. Por ejemplo, para el análisis estructural existe ahora un aparato sensor que detecta cualquier elemento constructivo oculto en un ejercicio de sonar arqueológico. Dicho aparato es capaz incluso de revelar problemas estructurales que en una inspección visual pasarían desapercibidos. ¿Su precio? 25 000 euros. Quizás amortizables con 25 Inspecciones Técnicas de Edificio, pero a pesar de que los arquitectos siempre estemos dedicando tiempo a vender nuestros servicios, está por encima de la media conseguir ese número de ITEs en un año. Por ejemplo, en mi mejor registro, yo mismo llegué a 20 en el año 2018 gracias a una campaña iniciada por la Generalitat de Catalunya que hizo tomar conciencia a muchas comunidades de vecinos, pero lo normal es que esa máquina se amortice a largo plazo. Y así con cualquier aparato de última tecnología.
En resumen, los arquitectos tendremos que ir por delante de lo que “siempre se ha hecho así” de una vez por todas y transformarnos en los motores de nuestra profesión, no en despachadores de encargos. Si no, quizás en un futuro en el que cada vez la automatización sea más generalizada, nos encontremos con que muchas de nuestras competencias no sean necesarias.