Todos hemos asimilado desde pequeños que el derroche energético es malo para nuestros bolsillos, pues si nos dejábamos una lámpara encendida, sobre todo si era de bombillas incandescentes, iba a repercutir en nuestra factura de la luz. Hoy en día hay cierta tendencia, por parte de los organismos públicos, a hacernos ahorrar energía, pero ¿por qué? ¿Tanto se preocupan por nuestra economía personal?
¿Lo importante es el ahorro energético?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el despilfarro energético afecta a la economía del país, pues si sus ciudadanos hacen un derroche de energía eléctrica tendrán menos poder adquisitivo y gastarán menos, a su vez, en otras cosas.
Hay que tener en cuenta, además, que las fuentes de energía de España, tanto eléctrica como de otros combustibles, viene en gran medida del extranjero. Se calcula que un 71% de la energía consumida en España es importada, porcentaje muy superior a la media europea.
En concreto, casi el 50% de la energía consumida en España es petróleo, que viene íntegramente de fuera, y un 24% de gas natural, que también viene de fuera. El carbón, principal combustible para generar energía eléctrica, también proviene del extranjero en más del 50%, especialmente de Colombia. Las energías de procedencia nacional, curiosamente, son las energías renovables, como la energía hidroeléctrica, la eólica, la solar o la biomasa. Por eso nuestro país tiene un doble motivo para apostar con fuerza por las energías renovables.
¿La energía eléctrica es una energía limpia?
Una mención aparte merece la energía eléctrica. A pesar de que mucha gente la considera la energía más limpia, en términos globales no lo es, al menos en nuestro país.
Tradicionalmente la energía eléctrica procedía de la quema de carbón o de fuel-oil, combustibles muy contaminantes que producen gran cantidad de CO2. A día de hoy, todavía la mayor parte de la energía eléctrica proviene del carbón, seguido por el ciclo combinado (que usa gas) y la nuclear.
De las energías renovables, solo tienen cierta repercusión la hidroeléctrica y la eólica. Aunque se espera que tanto la eólica como la solar aumenten en el futuro, su repercusión todavía es pequeña con respecto a las energías no renovables. Es decir, a día de hoy, el derroche de energía eléctrica produce un gran derroche de carbón y de gas natural, lo que provoca el aumento de los gases de efecto invernadero.
Los gases de efecto invernadero
A nivel global, el despilfarro energético provoca la creación de gases de efecto invernadero, especialmente de CO2. Los gases de efecto invernadero provocan el aumento de la temperatura del planeta, que a su vez provoca el derretimiento de los polos y el aumento del nivel de los océanos.
Este cambio climático también produce fenómenos climáticos desastrosos, como tifones, maremotos, huracanes, etc. Incluso, paradójicamente, además del aumento de la temperatura en verano, también produce situaciones más extremas de frío en invierno. Estos hechos, a la larga, pueden producir la extinción de muchas especies, incluida, si no ponemos remedio, la del ser humano.
Podríamos pensar que hoy en día, como cada vez hay más energías renovables, los sistemas son más eficientes y estamos más concienzudos, la tendencia será a disminuir la producción de CO2. Pero hay que tener en cuenta que la población mundial se multiplica exponencialmente, especialmente en países emergentes como La India, China o Indonesia.
Ya somos más de 7.000 millones de habitantes en el mundo y la población no para de crecer. Nuestros recursos naturales son limitados y nuestras fuentes principales de energía, como el petróleo, el carbón y el gas natural se van a agotar antes o después.
Por tanto, no solo es necesario que las energías no renovables se multipliquen exponencialmente en todos los países, sino de idear sistemas de eficiencia energética para que la mayoría de sistemas sean de consumo nulo. Esto es lo que se intenta en Europa en el sector de la edificación, que en 2020 todos los edificios que se construyan sean de consumo nulo.
El objetivo: la eficiencia energética
Mientras tanto, los ciudadanos tenemos que contribuir evitando la ineficiencia energética. Ya no sirve solo con apagar la luz al salir de la habitación o no poner la calefacción al máximo en casa.
Hay que usar los sistemas más adecuados para reducir la necesidad de energía al máximo. No se trata de pasar frío no poniendo la calefacción, sino de aislar la vivienda para no necesitar ponerla nunca. No se trata de ir despacio con el coche para consumir menos gasolina, sino de comprar un coche híbrido o eléctrico que consuma menos gasolina o ninguna. No se trata de encender poco las luces, sino de usar bombillas led, o mejor aún, usar la luz natural siempre que se pueda. No se trata de poner poco la lavadora, sino de tener una lavadora eficiente que tenga programas ecológicos que ahorren agua y energía.
En general, la eficiencia energética está asociada al ahorro energético, es decir, al ahorro de dinero. Pero es un ahorro a medio o largo plazo, algo que nos cuesta asimilar en nuestra sociedad cortoplacista. Pero si pensamos en que gracias a nuestra eficiencia energética, nuestros hijos van a poder disfrutar del mundo que hemos podido disfrutar nosotros, tal vez seamos capaces de hacer ese esfuerzo por ellos. El planeta nos lo agradecerá.